Ayacucho, la ciudad de las iglesias, del arte hecho a mano y de los cielos azules nos espera.

Ayacucho-artesaniaVisitarla durante Semana Santa es un clásico. Huamanga, una de sus principales provincias, en la que hay que recorrer su centro histórico: templos y casonas coloniales son .cparte del circuito típico, que nos sorprende por su belleza arquitectónica.

Pero también guarda otra perspectiva, y decidir transitar por su tradición y arte de la mano de sus grandes maestros artesanos. Para ello recorra los barrios de Belén y Santa Ana, que están a pocos minutos de la ciudad y que pueden ser visitados de forma independiente o por medio de agencias de turismo.

Ícono ayacuchano; Los retablos son sin duda el objeto más representativo de esta ciudad y sus grandes hacedores son Jesús Urbano y Edwin Pizarra. Este último, hijo de tejedor, llevaba el talento en las manos, la creatividad en la sangre, y su trabajo detallista lo condujo por el camino del éxito. Desde los ocho años se dedicó a este oficio y, junto con sus hermanos, elaboró piezas únicas e impresionantes como el retablo de tres metros y el pueblo andino de 25 m2 que se exhiben en Francia.

Reconocido como maestro del retablo en el mundo, Edwin cuenta que sus vivencias en el campo en una época de violencia y la investigación que realiza hasta la actualidad lo ayudan a plasmar hermosas escenas en madera y tinte natural.

Desde cuatro horas hasta largos meses puede tomarle la elaboración de una obra. Al visitar su taller, situado en el barrio de Belén, lo encontraremos transformando la madera y la cerámica en sorprendentes retablos que evocan temas antropológicos, vivencias culturales y el sincretismo religioso.

La ruta de los artesanos  sigue en el barrio de Santa Ana, donde se ubica el taller de Julio Gálvez, el mago de la piedra de Huamanga, como se le conoce en su natal Ayacucho.

Este artista tradicional empezó a trabajar con la piedra a los cinco años de edad, luego que su padre muriera. Con un cuchillo de cocina talló su primer trabajo en el que retrató a su madre hilando y fue con gran ilusión a venderlo en una feria, donde consiguió 20 centavos, que alcanzó para un par de panes.

Ver a sus hermanos comiendo de su trabajo fue la mejor recompensa y a partir de ello se dedicó al tallado. La piedra de Huamanga  proviene de las canteras de Chacolla, en la provincia de Cangalla, y de Pujas. Cada pieza se talla en una sola piedra y a él le basta ver su forma para dar rienda suelta a su creatividad.

Entre sus representaciones más saltantes están las de carácter religioso y social. Sus piezas únicas se exhiben en 55 países del mundo y las que vende en su galería pueden costar desde escasos soles hasta US$ 4.000.

A unos pasos encontraremos el taller de Alfonso Sulca, que lleva 54 años dedicados a la confección de murales. Su padre fue su mentor, con él elaboraba frazadas y posteriormente incursionaron en la creación de tapices murales con paisajes andinos.

El rescate de colores vegetales, la recuperación de técnicas ancestrales y la innovación de la temática marcaron la diferencia entre él y los textil eros ayacuchanos.

Pasar de lo tradicional a lo contemporáneo le aseguró la fama y hoy sus murales destacan por el Juego de la perspectiva y la tridimensionalidad.  El recorrido permite verlo trabajar en su antiguo telar y conocer las obras que están a la venta.

En el Pueblo de quinua, rodeado de árboles queñuales, este pueblo tradicional alberga mucho más que historia en su famosa Pampa de Ayacucho. Este lugar, situado a unos 40 minutos de Huamanga, cobija a ceramistas de renombre como los hermanos Límaco y el artista Mamerto Sánchez, quienes por tradición elaboran piezas únicas, fabricadas a pulso, que se comercializan dentro y fuera del país.

Otro grande que ubicamos aquí es Juan Contreras, artista en cerámica, que ha conquistado mercados europeos y norteamericanos. Un talento peruano que cuenta con galerías vestidas de color, arcilla y carácter popular donde encontrará obras a módicos precios y otras de mayor valor que vale la pena comprar.

Su gastronomía

En esta mág¡ca ciudad la originalidad de sus obras no es exclusiva de los artesanos. Ayacucho posee recetas ancestrales que provocan más de una sonrisa en los comensales más exigentes. Con un toque de creatividad, el chef del restaurante Cameycar, Carlos Guillén, presenta platos emblemáticos como la suculenta puca picante, elaborada con cerdo, salsa de maní y betarraga; también nos espera en la mesa el típico cuy chactado acompañado de papas andinas y el famoso qapchi, donde las papasson cubiertas con una crema de queso fresco, leche y rocoto. Este lugar, situado junto al Mirador de Acuchirnay, no es el único, pero su ubicación privilegiada lo corona como uno de los mejores.

El barrio de Conchopata reúne una veintena de lugares que ofrecen gastronomía tradiconal. SI lo que busca es endulzar la tarde, le recomendamos probar el helado artesanal muyuchi, preparado por alegres mujeres de sombrero  blancos y polleras enormes que han heredado esta deliciosa receta y la venden en las arquerías de la Plaza de Armas.

Desde el cielo

Luego de conocer la historia de Ayacucho a través de su arte había que mirar las cosas desde nuevas perspectivas y no encontramos nada mejor que hacerlo desde un parapente. Para lograrlo busque al deportista belga Christoph Van Daele, que surca el cielo ayacuchano desde hace dos años , y podrá volar desde  los 3500 m.s.nm en la que se ubica Campanalloc, como se llama la montaña desde donde alzara vuelo, y podrá tener la  mejor panorámica de la ciudad.

Ref: Revista Vamos

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